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Ed. Alfaguara, año 1995. Tamaño 21,5 x 13 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 228
“Me gusta citar versos antiguos cuando se presenta la ocasión. Recuerdo casi todo lo que oigo; y me paso el día escuchando. Pero a veces no sé qué hacer con ello. Cuando sucede así, recurro a palabras o frases que suenan ciertas”. Con este comienzo se presenta Hacia la boda (1995) de John Berger (Londres. 1926). Ésta es una de las voces narrativas de la novela, a cargo de un ciego. Luego el juego verbal se irá expandiendo naturalmente con el ritmo de la historia: dos viajes paralelos hacia un mismo lugar de llegada. El padre, desde Francia en moto; la madre, desde Eslovaquia en micro; van hacia el estuario del río Po, donde convergerán en la boda de Ninon, la hija de ambos.
La anécdota se sitúa en la década del ’90, y los viajeros se van a cruzar con las diversas problemáticas de Europa, ya que situar una historia en el último fin de siglo es penetrar en dolorosas divisiones y destrucciones de nacionalidades. El mundo cambiante y agonizante, además, es atacado por enfermedades invisibles que destruyen todo lo que encuentran a su paso. La supervivencia se da únicamente en las relaciones humanas. Los personajes son seres dispersos en el mundo y representan en algún caso papeles genéricos que producen un planteamiento sobre la identidad de los individuos.
En Hacia la boda no sólo se destaca el juego de narradores cambiantes, también hay pequeñas historias dentro de la historia: “Hace quinientos años [dice una voz a lo lejos] tres sabios discutían ante Nushiran el Justo acerca de cuál es la ola más encrespada en este profundo mar de penas que es la vida. (…). Un sabio dijo que la enfermedad y el dolor (…). Otro dijo que la vejez y la pobreza. El tercer sabio insistió en que era ver pasar la vida sin trabajo. Al final, los tres convinieron en que esta última era probablemente la peor. Ver pasar la vida y no tener no tener trabajo”.
Efectivamente, el objetivo del viaje es una boda que se narra detalladamente: “La boda todavía no se ha celebrado. Pero el futuro de una historia, como bien lo sabía Sófocles, está siempre presente. La boda no ha comenzado. Se la voy a contar. Todos duermen aún”.
John Berger sabe perfectamente que para sobrevivir en tiempos agonizantes se necesita de un conjuro, y en esta novela el conjuro es el baile. Todos bailan hasta que el silencio los inunda. Y en el derrumbe de tantas cuestiones finiseculares el amor se deja asomar como un único valor humano superviviente. En una palabra, el amor es lo único que pervive a cualquier cambio generalizado. Pero Berger habla del amor concreto, sin símbolos ni alegorías.